domingo, 10 de abril de 2011

Cuba... la bella cubita. En el VII festival Internacional universitario de Teatro.


 Luego de llegar al aeropuerto “José Martí” justo cuando la tarde se enamora de la noche y de recorrer con la vista hombres y mujeres que se encontraban, tal vez, en la misma situación que nosotros, nos dispusimos a salir de la sala de emigración y pronto un aviso llamó mi atención “Grupo Lapizlázuli”, luego me di cuenta que nos esperaban, eran de la agencia con la que se había realizado contacto desde Colombia. Al poco tiempo llegó Don Guillermo con el transporte que nos conduciría hasta el hotel por la “Villa Panamericana”, nos instalamos en los aparta-hotel de la Villa.

Lapizlázuli” se encontraba rodeando la noche en aquella villa. Nidia, Jhon, Jaidiby, Sandra, Yamile, Liliana y Olga. Nos repetíamos una y otra vez mirándonos a los ojos, compartiendo la misma inquietud miles de veces. Allí estábamos. Miles de recuerdos se cruzaron por nuestras mentes, sabíamos lo que significaba el estar allí, había sido un año en busca del sueño cubano y también había significado sacrificio, tensión, llanto y una inmensa alegría cuando nos confirmaron una semana antes que el viaje se llevaría a cabo. Recordábamos con ilusión a Catalina y Helen.

Al día siguiente, domingo, un aire extranjero irrumpió en la profundidad de mi sueño, luego me permití un encuentro maravilloso con el alba y en otras tierras.

Nos reunimos en grupo para saborear de cerca el aire de la anhelada Habana. Don Guillermo e Hilda, las personas con quienes nos encontramos en el aeropuerto, nos guiaron hasta la playa “la María”. Desde la salida de los aparta-hotel y por la vía que conduce hasta la playa logramos distinguir un paisaje maravilloso cubierto de poesía y de canción. Las vallas nos saludaban a cada instante invitándonos a sonreírle a la revolución, a su gente y a una Cuba enardecida de amor.

Pronto el mar se presentó a lo lejos, lo supe. Un azul cielo se fundía con la magia del mar y fue cuando mis ojos dejaron de ser simplemente pupilas para convertirsen en admiradores de una belleza extraordinaria y me permitian ser, el ser más afortunado del planeta.

Las olas llegaron a mis pensamientos y una extraña sensación penetró en todo mi cuerpo, luego mis piernas se dirigieron hacia ese lugar tan soñado tantas veces y tan escrito y fue entonces cuando mis ojos chocaron con la inmensidad, con el monstruo de las aguas y con la frescura de un nuevo día. Era imposible retener toda la inmensidad, toda la frescura; así que mi alma toda quería salir en busca del origen del mar, quise entonces correr y correr para sentir que en realidad mis pies tocaban la arena cálida y penetrar en el misterio de las olas haciéndoles el juego loco de venir y venir y atrapar sonrisas en el viento y tomarlas y hacerlas mías.

El día pasó tan rápido entre ola y ola, que luego era necesario volver a la Villa y la noche se cubrió de un nuevo encanto y las estrellas coquetonas hacían eco en mis pensamientos sin quererlo.

Luego los siete nos encontrábamos rodeando la noche en compañía de una botella del anhelado ron cubano.
Un nuevo día; salimos hacia la universidad de la Habana, en la sede de economía fueron las inscripciones: 30 dólares por participante y un afiche del festival. El tiempo era todo nuestro. Entonces salimos de aquel lugar con el recibo de entrada al festival y con las sonrisas más grandes del universo. Y nuevamente las calles de la Habana se fueron presentando en desfile, una a una la fuimos recorriendo y dejándonos impregnar por ese aroma característico de esta tierra.

Recorrimos las calles una y otra vez, tal vez en busca de esa magia de que tanto se habla de la vieja Cuba.

Después de caminar por más de media hora en busca de un almuerzo sabroso pero barato logramos adentrarnos en la gente común, fuera del vicio del extrangerismo y luego de esperar el turno logramos saborear una deliciosa pizza de 10 pesos cubanos y un fresco de 2 pesos. La calle fue testigo de esta odisea y las miradas de los transeúntes nos hacían revelar nuestro secreto: éramos extranjeros fuera de lo común.

Ya era hora del nuevo encuentro con el señor Guillermo, él nos conduciria hasta el aula magna de la universidad de la Habana.

Desde la entrada la universidad saluda majestuosamente y nos invitaba a penetrar en su historia. El aula decorada hasta el techo con grandes figuras celestiales que rodeaban nuestras cabezas y danzaban con orgullo. Colores perfectos, siluetas armónicas y miles de voces que me invitaban a volar pero esta vez no podía porque pronto se daba inicio a la inauguración del festival. Unas palabras de bienvenida de la directora del festival, del rector y de otras personalidades y luego un pequeño concierto de piano. Todos estábamos reunidos y las sonrisas entonces se lanzaron por la grandeza del aula y se fundieron en aquellas figuras del cielo.

Salimos luego a otro sector de la ciudad, una casa muy elegante que también hacia parte de los eventos importantes, era tal vez una de las propiedades dejadas por los ricos antes de la revolución y que fue tomada por el estado para servicio de la universidad y de los estudiantes.

El teatro Fausto, en Prado y Trocadero en la Habana vieja, cerca al famoso sitio “los helados Copelia”, muy reconocido después de que allí se grabara la película “Fresa y chocolate”. Desde muy temprano saboreamos el teatro, los camerinos, las salas de audio, las luces; todo estaba allí y no podía creer que Lapizlázuli se encontrara también. Tuvimos ayuda de técnicos de luces, de escenografía y de maquillaje. Así la mañana transcurrió sonriente. Decidimos salir al medio día.

Se nos presentó un joven invitándonos a conocer restaurantes, así que nos dejamos conducir por él. Los “silleteros” de la ciudad viven de los extranjeros. Pero muy pronto nos vimos sentados en una de las aceras de la ciudad saboreando un almuerzo muy popular. “La cajita” contenía arroz de frijol, una ensalada de repollo, carne de cerdo y unas diminutas tajadas de plátano maduro cocido, así que muy sabroso almorzamos en medio de las miradas de muchas personas que pasaban por allí.

Toda la tarde transcurrió entre ensayo y ensayo de la obra “sueños” o “imágenes oníricas” adaptando los personajes ausentes y los cambios de la escenografía. Sabíamos que la responsabilidad que teníamos era la más grande hasta el momento, no solo estábamos representando la universidad sino que también representábamos el país. Esto lo tuvimos presente en todo momento y cuando llegó la hora, nos tomamos de las manos y transmitimos una fuerza extraña pero muy nuestra que nos permitió entrar a escena con seguridad y una confianza absoluta.

El tiempo transcurrió pronto y así fue como las últimas palabras del viejo en labios de Jhon dieron fin a la obra y luego los aplausos y las felicitaciones y la inmensa alegría por estar allí en medio de la gente linda de Méjico y de Cuba.

Y un nuevo día llegó, miércoles recordé tan pronto mis ojos se presentaron con el alba. Todos estábamos seguros de la presentación de la noche anterior y eso nos unía más, nos permitía conectarnos y sentirnos como grupo. Este lindo día, salimos a recorrer por nuestra cuenta las calles de la ciudad y el sol radiante a nuestro lado sin decir nada. Caminamos por largo rato y descubrimos la grandeza del país, el deporte y me pude dar cuenta de lo que significa para Cuba y para los cubanos. Se tienen escuelas especializadas en los deportes y se les brinda la mayor importancia tanto al béisbol, deporte número uno, como al atletismo y a la natación.

Recorrimos las calles de la vieja Habana conducidos por el calor suave y la brisa del mar frente al Malecón.

Pero también Compartimos historia en el museo de la revolución y fue cuando mis sueños se unieron al de muchos de aquellos campesinos que junto a líderes como Camilo Cienfuegos o el Che anduvieron por montañas, entre ríos y aguaceros de esperanza, entre balas asesinas y fusiles en los hombros, entre sueños y caricias clandestinas, entre lágrimas y esperanzas anheladas; y cuando la imagen perfecta de estos dos lideres aparecieron frente a mí, con la mirada perfecta hacia el sueño realizado, me sentí nuevamente feliz.

A la salida del museo me pude dar cuenta de la inmensa construcción que era el museo, su estructura a imagen europea nos reveló la gran influencia en la época de la colonización. Cruzamos miradas muy lejanas con muchos extranjeros que entraban y salían del museo; una mujer humilde se encontraba sentada en las bancas que rodean la gran entrada del museo. Era el medio día.

Con aquella mujer humilde compartimos un poco de historia. Vive en uno de los barrios del centro de la Habana, en uno de los apartamentos, refugio de muchas familias cubanas, - debemos pagarle al estado los servicios, es poco, la comida que nos llega es muy reducida, apenas alcanza para sobrevivir y no llega carne ni huevos. Muchos extranjeros vienen y son los que tienen los privilegios porque nosotros que somos cubanos no los tenemos. Con mis hijos no puedo salir a una de las provincias si no tengo familiares porque no puedo pagar hotel, así que de aquí no puedo salir -.

Me pude dar cuenta que las palabras de aquella mujer, estaban impregnadas de dolor profundo y hasta de resentimiento, pero también de un gran sentido de pertenencia cuando se refería a su tierra, era suya y tendría que seguir luchando pora que fueran mejores las condiciones de vida. Nos despedimos con un apretón de manos y la esperanza de volvernos a ver, ella no perdería la esperanza de tener alguna prenda, alimento o un bolígrafo de una extranjera más.

Me encontraba junto a Jaidiby y Nidia y fue cuando la noche se hizo presente muy cautelosa con el canto de los pájaros y con la gitana quien le leyó la mano a mi compañera Jaidiby y ella con una sonrisa enorme en su rostro le recibió todas sus palabras y sus ojos no dejaron de abrirse como también lo hizo la gran carona celeste que llegaba de repente.

Llegamos a la casa de la Comedia, Habana vieja. Un teatro muy pequeño, daba cabida para muy pocos espectadores, pero allí estábamos frente al grupo Taller la Colmena con su obra “Pesadilla de una noche de verano”. Nos encontramos nuevamente con las demás compañeras y después de admirar y poco comprender la Obra, nos marchamos hacia otro sitio de la ciudad, Vedado, al teatro Bertold Brecht para ver al grupo mejicano de la universidad de Guadalajara de Jalisco, con la Obra “Nuestra Natacha”, una Obra muy extensa con aire de telenovela.

Jueves, Don Guillermo e Hilda nos llevaron hacia los barrios ricos de la ciudad donde actualmente quedan las embajadas. Son grandes casas abandonadas antes de la Revolución por las familias burguesas que, con el temor de la guerra y sus consecuencias huyeron hacia los Estados Unidos con la ilusión de regresar, pero después de la Revolución todas estas pertenencias pasaron a manos del estado para ser repartidas entre el pueblo cubano. Actualmente aquellos ricos cubanos que habitan en Miami no niegan el resentimiento contra Cuba y la Revolución.

Es cuando aparecen los llamados “balseros” que rondan por los lados del Malecón en busca de una oportunidad de lanzarse a las aguas en una pequeña balsa y unas mínimas provisiones e iniciar una aventura, muchas veces con un final nefasto.

Los turistas se están ganado muchos privilegios que no tienen los mismos cubanos como restaurantes, tiendas donde solo reciben en dólares, viajes por otras provincias, alimentos como el pescado, la carne y los huevos se tienen solo para los turistas ya que para los cubanos lograr comprarlos es algo imposible. Miles y miles de extranjeros de todas las nacionalidades llegan a la isla y dejan una profunda huella, muchas veces hieren y llenan de resentimiento pero la berraquera de su gente mantienen a esta isla justo al lado de la esperanza para seguir luchando.

Son de vital importancia las entradas económicas que deja el turismo diariamente. También se hacen intercambios, llegan alimentos y Cuba envía sus mejores médicos. Se realizan todo tipo de encuentros, festivales, conferencias a escala internacional con el fin de ampliar la economía del país. Las puertas del país se encuentran abiertas de par en par, esto ha traído avances económicos pero también desigualdades. Cuba se encuentra en los ojos del mundo.

Y después de una mirada por la realidad nos preparábamos con entusiasmo para el siguiente día. Este viernes llegó lleno de emociones pero también de expectativas frente a la nueva presentación que tendríamos. Todos nos encontrábamos en un nuevo reto.

Desde muy temprano iniciamos nuestro recorrido esta vez hacia la universidad de la Habana, sede tecnológica, tendríamos una nueva presentación allí en el teatro central de la Cujae. Llegamos y nos instalamos en un cuarto que servia de camerinos, luego un recorrido por el teatro, las sillas dispuestas y entonces una mirada en el fondo me trasladó a las protestas de los estudiantes, un mural reflejaba los combates estudiantiles de aquellas épocas heroicas.

Tuvimos tiempo para recorrer las instalaciones de la universidad, los estudiantes pasaban muy cerca y logramos observar en sus miradas el presente de la isla. Un breve recuerdo de la universidad Nacional de Bogotá llegó cauteloso. Los caminos limpios y suaves conducían a sedes diferentes. Nos pidieron una pequeña entrevista en la emisora de la universidad y tuvimos que esperar cerca de una hora para lograr entrar, un joven muy efusivo lanzaba preguntas que iban directamente a los oídos de los radio- escuchas de la universidad y una área cercana a ésta. Luego nos brindaron un sencillo almuerzo en el restaurante.

Salimos presurosos después de almorzar junto a los estudiantes que llegaban con su boleta, hacían la fila y se sentaban junto a las largas mesas. Las miradas pasaban lejanas. De nuevo al teatro, no teníamos la misma ayuda que en la presentación anterior, así que estaba todo en nuestras manos. Tuvimos que adaptar escenografía y los personajes a ésta. Una presentación más en nombre de la universidad y de Colombia, sería un nuevo reto en nuestras vidas.

A pesar de tener muy poco público nos dieron la señal de empezar. Solo nos tomamos de las manos y unimos nuevamente nuestras fuerzas. Pero cuando concluyó la obra una extraña sensación nos invadió el pecho y tal vez sabíamos el porqué; pero fue mejor quedarnos con las miradas entristecidas que chocaron en el espacio casi vacío del teatro. Con un fuerte abrazo salimos de allí acompañados del equipaje y con rumbo hacia el hotel.

Tendríamos el tiempo suficiente para llegar hasta la Villa para organizarnos y luego asistir a la clausura del festival a las seis de la tarde, también en la misma aula magna de la universidad donde fue la inauguración.

Allí nos encontramos nuevamente, los chicos mejicanos con sus sonrisas que traspasaban la tarde y atraían la noche clara, nos brindaron un saludo caluroso y fiestero al igual que los cubanos y las señoras argentinas. Ya en el aula magna pude observar las figuras celestiales en celebración pero también una mirada de nostalgia que traspasaba cada rostro de ángel. Palabras de la directora del evento, diplomas y aplausos, la fotografía del recuerdo y las sonrisas pasajeras de los grupos encontrados: Desde el jardín de Argentina, Lapizlázuli de Colombia, Olga Alonso de Cuba, Arlequín de la universidad de Guadalajara de Jalisco, Méjico; Taller la Colmena de la universidad del Valle de Méjico y teatro universitario de la Habana.

Luego a compartir una deliciosa cena invitación del festival, era un sitio también muy elegante pero diferente al de la bienvenida, lo recuerdo porque desde la entrada se podían distinguir grupos de mesas dispuestas para el banquete de la noche. Y sin pensarlo nos fuimos encontrando en las palabras que se hicieron canción propia de cada país. Una voz argentina dio inicio para que otras se fueran uniendo en un solo coro de amor. Voces con sabor colombiano, mejicano, argentino y cubano. Un maravilloso encuentro de cuatro países hermanos en medio de una noche enardecida.

Y en el baile los cuerpos se encontraron radiantes, llenos de emoción, la música entonces nos fue envolviendo poco a poco hasta convertirnos en los seres más maravillosos del planeta. Allí estábamos y la unión de los cuerpos en la danza nos hizo uno. La brisa de la noche que se colaba por el patio nos trajo una inmensa alegría que refrescó cada rostro presente y la emoción aumentaba hasta que una voz dio por culminado aquel momento en aquella casa de la Habana.

Pero luego el encuentro con el mar en la noche. Las voces, el Malecón, los recuerdos hechos canción; dos grupos con ilusiones escénicas en medio de la noche radiante, luna enloquecida, redonda, hermosa. Noche loca cubierta por la brisa y las olas que golpeaban las rocas con que fuerza. Cuerpos y voces encontradas. Sonrisas y palabras saboreando una nueva madrugada. Miradas clandestinas rodeando el Malecón. Juegos y risotadas atravesando el alba, deseando que nunca se llegara el momento de la partida, del adiós.

Pero el momento llegó, así no más, sin decirnos más que “hasta pronto”, era el sábado, el mismo del regreso hacia el país que nos vio nacer. Nos dirigimos en silencio hacia el hotel para organizar el equipaje y luego partir hacia el aeropuerto “José Martí”.

De camino hacia el aeropuerto no pronunciamos palabras, no era necesario, cada uno sabíamos que cuando un sueño está por terminar es mejor no despertarlo. Pero era necesario sonreír y así lo hicimos. La gran avenida en la madrugada se presentó nostálgica, el mar a lo lejos nos daba su adiós y no tuve más que responderle con una frágil mirada. Muy rápido vimos alejarsen las muchas vallas que nos invitaron por una semana a adentrarnos en la magia de la Habana. Todo pasó tan rápido que la brisa mañanera nos encontró nuevamente en las puertas del aeropuerto como ese primer día en el que nos encontramos por primera vez con la noche fresca de la Habana cubierta en brisa. Don Guillermo nos despidió con la ilusión en su rostro de volvernos a encontrar, todos sentíamos lo mismo en cada despedida.
Desde aquella altura a la que alcanza el avión poco después del despeje logré observar la ciudad de la Habana, con sus sueños y recordé entonces, con ilusión y esperanza a mí anhelado país, Colombia.

OLGA RIOS/DIC. 2000

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