jueves, 26 de junio de 2014

Mi otro silencio



¿Cómo?, ya no hay tropiezos, puedo caminar sin apoyo, unas horas antes estaba completamente lleno de seres humanos y..., ¡el fogón en el mismo sitio de siempre! La abuela me toma con sus manos pequeñas y me trasmite sus palabras en un lenguaje que no entiendo pero no me importa porque esas palabras me hacen fuerte, me llena de sabiduría y una luz entra como chorro por mi cabeza de hombre frágil y me fortalece. Mis manos buscan su rostro y entonces quedo impregnado de las miles de líneas que son su secreto, ella me lo permite. Me despido como me enseñó y una sonrisa se dibuja perfecta en su rostro, también me enseñó a mirar a través del corazón. Salgo renovado y sin permitirme ser golpeado por las piedras del camino, hay mucho por recorrer me dijo.
 (...)

Se abre la puerta de madera, escucho perfecto la melodía, igual que la suave voz de mi poeta: poco a poco se va desdoblando la belleza del río ante nuestros ojos, si tuvieras esos ojos buenos no dejarías de estar pegado a la ventana viendo todo ésto. No digo nada porque él tiene razón. Mis ojos estarían detallando esa hermosa geografía para mis libros. Pero no. sigo atado a mi mundo. Me quedo en la silla mecedora y desde allí intento dibujar lo que Haider me va diciendo. Nos volvemos seres sensibles, seres pequeños ante tanta magnificencia.
¿Por qué Elisa se demora tanto? 

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Y fue así que mis ojos no necesitaron estar vivos para descubrir la geografía de sus pechos, de su pubis, de su vientre, de sus labios carnosos, de su piel morena. Nos amamos con ese amor reprimido de un primer amor, de un amor clandestino, de un amor inocente hasta que la noche llegó y se fue, hasta que el alba surgió de repente y con el grito de la niña desde el río: “Maaaaa el río viene rabioso”
 (...)
Luego llegó a lo que algún día fue su casa, donde su madre lo esperaba moribunda, tirada en una cama, mendiga de la soledad y del abandono. Rodeada de ratas que chillaban a más no poder por debatirse su cuerpo tan pronto expirara, muy condescendientes pensaba la mujer. Su esposo detenido por subversión irremediable, decía el dictamen. ¿Qué habían hecho? Él la miró por largo rato como si tratara de remediarlo todo con su mente y luego fueron sus lágrimas culpables las que rodaron sin consuelo, se aferró a esa vieja debatiéndose con la muerte que llegó al mismo instante y al verse desafiada se marchó jurando con su tridente que les daba tregua, la vieja moribunda comprendió que esto significaba sólo unos cuantos días.


2 comentarios:

  1. Hola mujer, me gusta ese manejo sútil a dos voces en el texto, es mi percepción, te pregunto estos son apartes están geniales.

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  2. Hola mujer, me han gustado estos fragmentos y el manejo a dos voces, te pregunto ¿por qué Haider?

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